El caos es vida, música,
concierto, magia, saltar, gritar, emocionarse y levantarse al día siguiente con
la sensación de estar más viva que nunca. No hay mayor caos que la resaca de un
concierto, las melodías se te agolpan en la cabeza, revives cada gesto, cada
expresión, cada subida de tono, tu cabeza va a mil por hora.
Echas la vista atrás y todo ese
caos empieza con calma, con horas de espera, mil posiciones en las que no
consigues mantenerte más de 5 minutos, pasan las horas y algo se empieza a
notar, empiezan a subir las pulsaciones, los minutos se hacen horas, miras el
reloj y te llevas las manos a la cabeza porque eso no avanza. Y estalla el
caos, las puertas se abren, corres, saltas y chocas con la barrera de primera
fila, la adrenalina se apodera de ti, recuperas el aliento sobre la valla,
aferrándote a ella como si fuera de diamantes.
El caos vuelve a empezar con
calma, vuelve la espera, los minutos convertidos en horas, los nervios a flor
de piel, el temporizador en el móvil para ver como realmente el tiempo no se ha
parado. A la hora justa todo se rompe, las luces se apagan, las pantallas se
iluminan, siluetas van apareciendo sobre el escenario, gritas, silbas y toda
esa montaña rusa que ha sido tu vida ese día llega a la cima, los acordes
anuncian el inicio de un concierto de altibajos, aparece ella, pisando fuerte,
desgarrando la voz, no hay marcha atrás, es demasiado tarde para huir de ese momento.
Te ves envuelto en una vorágine
de sentimientos, canciones que gritas pero que son para cantar lento, canciones
que son para gritar pero no te salen las palabras, sentimientos que se ven
magnificados, canciones con las que nunca te habías emocionado hacen que algo
se active. El concierto transcurre como un verdadero caos, tres canciones
lentas se compensan con dos que te devuelven todo el ánimo, otra vez lento que
te vuelve a bajar las pulsaciones para luego remontar y así constantemente.
Todo se va acabando y como no
podía ser de otra manera falta el último empujón, la canción que todo el mundo
se sabe, todos cantan, bailan, saltan y
se dejan la poca voz que queda; el caos estalla en el recinto y de golpe se
apaga, las luces vuelven, las pantallas dejan de emitir, las figuras han
desaparecido y ya no suenan acordes. Tú sales arrastrando los pies, comentando
las canciones, te niegas a que eso haya terminado. Y cómo empezó, termina,
pasos vacíos por calles mojadas, en silencio porque después del caos llega la
calma.
La sensación que a mi me queda
después de este día es tan contradictoria como inigualable, estoy cansada, me
duele todo pero no dudo de que lo volvería a hacer mañana mismo. A pesar de
todo la sensación que predomina es la de ser libres, estar motivada, ese
concierto me ha dado fuerza para lo que venga por delante y para dejar atrás
todo aquello que no merecía la pena seguir llevando conmigo.
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